Buscar
sábado, 20 de abril de 2024 00:12h.

Carta abierta a la Sra Virginia Espinosa, Parte II, en nuestra seccion Cartas al Director.

Os dejamos la Segunda Parte de la Carta que nuestra lectora Natalia Abreu ha escrito a la Sra. Virginia Espinosa.

Parte II.

cartas-director (1)
cartas-director (1)

Y así, doña Virginia, el resultado de ciertas autorizaciones es que esta se ha convertido en una ciudad de ruidos y verbenitas callejeras; verbenitas en que tres o cuatro parejitas se dan el gusto de bailar unas piezas y media ciudad ha de sufrir el ruido insoportable de las mismas. Y esa es la principal diferencia, en cuanto a ambiente musical se refiere, entre Santa Cruz y Los Llanos o El Paso, donde acostumbran a amenizar sus locales de ocio y sus plazas públicas con actuaciones de lo más variado e interesante. Actuaciones de jazz, rock, blues y demás géneros musicales que, curiosamente, aquí también llegaron a tener su sitio, concretamente en el Cosmos, hasta que alguien de la competencia empezó a instigar y a marear la perdiz a nivel político y aquel buen ambiente musical de los fines de semana, que tenía lugar en el interior del local y a un volumen más que aceptable, se fue al traste. Aquí en cambio, en Santa Cruz, quitando la magnífica temporada de ópera y de conciertos de música clásica, más algún otro acto esporádico en la Plaza de España o El Circo de Marte, lo que abunda son las mentadas verbenas, los corridos mejicanos, los merengues, la salsa, el son y demás ritmos latinos, así como los archiconocidos temas del pop español, tocados hasta la saciedad y el aburrimiento por los mismos músicos de todas las veces. Y todo ello siempre a un volumen fortísimo, el que convierte cualquier tipo de música en mero ruido, en mera contaminación acústica.

Ah, y menos mal que ya cerraron la "terraza de verano" y se acabó su musiquita infernal, esa que tenía desquiciado a todo el vecindario de la parte alta de la ciudad que mira al puerto, gente trabajadora y madrugadora, o simplemente que desea estar a gusto en casa y dormir a sus horas, con la que no se tuvo ningún miramiento, como si no hubiera bastante ya con el barquito de Armas, o como si ya estuvieran acostumbrados al ruido y les diera igual un poco más. Aunque también puedo estar equivocada, pues lo cierto es que finalmente terminó por desmontarse la terracita en cuestión. En cualquier caso, pasaron meses y meses sin que nadie, que yo sepa, se dignara exigir que bajaran el volumen de la dichosa música, que, para colmo, sonaba a diario.

Pero ya no me voy a extender más, doña Virginia. Todo esto se lo cuento de buena voluntad y con la mejor de las intenciones. Digamos que he querido comunicarle públicamente lo que es como un secreto a gritos, o como un sentimiento de indignación generalizado dentro del sector no fiestero, por así decir, de la ciudadanía. Y lo que le pido en nombre de quienes venimos padeciendo calladamente las musiquitas de las terrazas aludidas es que inste a sus dueños a que adecuen sus interiores a tal efecto, ya que la cosa no va contra los músicos, ¡ojo!, que conste y quede bien claro, pues una podrá tener sus preferencias, como ya dije, y hasta sus manías y su temperamento, pero de ahí a pretender que alguien se quede sin actuar en un local determinado por quejas de este tipo hay un abismo. Así que por el amor de Dios, que nadie me mal interprete ni haga de esto una cuestión personal. La cosa va de ruidos, nada más. Y lo que también le pediría, si la solución anterior no resultara viable, es que al menos exija tajantemente, de manera directa o a través de la policía local, que se baje el volumen de la música durante las citadas actuaciones, que yo creo que ya hemos aguantado bastante quienes no estamos a favor de la contaminación acústica, o quienes pensamos, ya puestos (y aunque con ello me desvíe un poquito del tema), que para verbenas y otros bailes ya tenemos suficiente con los carnavales, las Navidades y todos esos eventos que, de todas formas, se vienen celebrando de tiempo en tiempo con cualquier pretexto (y que me perdonen quienes no compartan mi opinión, pues ya sé que esto, para quienes gustan de salir a divertirse, es un poco como nombrar la soga en casa del ahorcado. Pero yo también he de defender mi derecho a la tranquilidad o el silencio). De hecho, acabo de ver anunciada una "Fiesta de Primavera" (¡?) para el 14 de abril que me tiene temblando, pues será en la Plaza de Santo Domingo, para variar, y ya me veo pasando la noche fuera de casa. ¡Con el pedazo de playa de Bajamar de que disponemos y que tan al pelo vendría para celebrar todo tipo de actuaciones musicales¡ y donde seguramente los propios amenizadores de la fiestecita primaveral se hallarían tan a gusto...

Lo más curioso, no obstante, de cuanto llevo dicho, es que todo, absolutamente todo esto estaría de más si cada una y cada uno de nosotros siguiera una regla tan sencilla (y tan cargada de respeto mutuo) como esta: Vive y deja vivir. Es decir, ¿quieres musiquita? Pues toma musiquita, pero baja el volumen, Paquito... No, no, bájalo más, Paquito, bonico mío... Eso es. Y así, independientemente del número de gatos que nos hallemos a uno u otro lado de la línea divisoria, todos contentos: los que salen de fiesta y los que no salen.

Pero ya lo dejo aquí, doña Virginia, que no quiero abusar de su tiempo ni de su paciencia. Espero que, discrepancias aparte, haya encontrado esta carta constructiva, como cualquier otro lector que sepa comprender el verdadero motivo de la misma o se vea representado en ella.

Atentamente: Natalia Abreu